Era tal el deseo de ver que no le importaba quedar ciego, por eso le permitió el paso el ángel que era un fuego en medio de la zarza que no se consumía. Ya ante Dios, no cubrió su rostro, no tenía miedo de mirar.
Le fue dado observar la tierra y el tiempo infinito, a las bestias y su corazón paciente, a los hombres y todas sus almas.
Se retiró saciado, sin pestañear, dispuesto a su condena. No sintió cambio alguno, no llegó la muerte, tampoco el lento crepúsculo amarillo, no se convirtió en sal.
Descubrió en la memoria su castigo: el mundo que miraba palidecía ante el recuerdo de lo visto en los ojos de Dios.
Le fue dado observar la tierra y el tiempo infinito, a las bestias y su corazón paciente, a los hombres y todas sus almas.
Se retiró saciado, sin pestañear, dispuesto a su condena. No sintió cambio alguno, no llegó la muerte, tampoco el lento crepúsculo amarillo, no se convirtió en sal.
Descubrió en la memoria su castigo: el mundo que miraba palidecía ante el recuerdo de lo visto en los ojos de Dios.
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