Siempre intuyó que era especial. Pensaba que el precario equilibrio del mundo lo tenía como fiel de la balanza, que la movilidad de esa maquinaria estaba subordinada a su existencia. Ahora sabe que no se equivocó. Las pastillas comienzan a surtir efecto, se disuelven los contornos de la vida. Lo último que escucha es el latido con que se apaga su corazón y el mundo, todo, deja de existir.
Publicado en Químicamente impuro
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