02 mayo 2010

perdón por intolerarlos: plañideras

Recientemente tuve la oportunidad de presentar Ni desierto, ni maquila, ni frontera. Nueva narrativa mexicalense, una antología elaborada por Nylsa Martínez y Eduardo Perezchica, quienes se dieron a la tarea de convocar a los escritores jóvenes de Mexicali, Baja California para elaborar un volumen en donde se diera espacio a esas voces. En la justificación del libro, los compiladores explican que consideraron necesario abrir un espacio a “una generación de jóvenes escritores formándose y produciendo narrativa que puede ser distinguida de las generaciones antecesoras por su variedad de propuestas y discursos”.

En un prologo inteligente e incisivo, el escritor Alejandro Espinoza elabora un diagnóstico de la narrativa mexicalense y dimensiona a este libro: “Más que entenderla como una muestra representativa, quisiera comprender esta antología en su conjunto; lo que quieren decirme sus autores, lo que quieren dar cuenta de la vida que les tocó vivir, porque creo que ahí es donde se encuentra la semilla discordante que desea interrumpir el flujo. Y lo que creo que este libro quiere decirme puede reunirse en un común denominador: la necesidad que tienen los autores por sentir la realidad”.

La presentación se realizó en la Feria Internacional del Libro de la Universidad Autónoma de Baja California, Mexicali acaba de sufrir un terremoto de 7.2, los efectos de este desastre son visibles y, sin embargo, ese no fue pretexto para que los posibles lectores asistieran. Fue un acto concurrido, pero más allá de la asistencia, un evento en el que el público se animó a participar, la discusión se centró en la obligatoriedad del Estado de apoyar a los jóvenes escritores. Un hombre del público demandaba que las autoridades (todas, las que fueran) favorecieran el talento de los muchachos a través de becas, publicaciones, que se les abrieran los espacios que hoy por hoy tienen tomados un grupo de escritores.

Si bien la discusión fue en Mexicali, los mismos argumentos se podrían emplear en Aguascalientes o en cualquier otra entidad federativa del país, siempre hay un grupo, una mafia, que supuestamente no permite destacar a los otros, a los nuevos. Lo sorprendente en el caso de esta antología fue que los muchachos no se quejaban, no siguieron al público en la exigencia de apoyos, le apostaron a su talento y elaboraron su antología. Sorprendente también el uso que están haciendo de las nuevas tecnologías para distribuir su libro, ya que abrieron una página en internet para difundir su producto. En http://literaturalibre.com/antologia_mexicali/ está la página desde la que se puede descargar el pdf del libro, se ofrecen opciones para comprarlo en papel, realizan anuncios de las presentaciones, incluyen formas de contacto y fichas curriculares de los doce autores incluidos en Ni desierto, ni maquila, ni frontera, además de incluir enlaces a otras redes sociales para así aprovechar la inmediatez que ofrece la red y conseguir más lectores.

Tocará al lector que se anime calificar a cada uno de los autores, sin duda hay un par de ellos (y ellas) que en verdad vale la pena seguir, salir de la desidia y buscarlos en sus siguientes proyectos para constatar si lo que en los textos de la antología es apunte llega a desarrollarse como muestra de talento.

Más allá de la discusión propuesta por alguien del público, no escuché por parte de los jóvenes esa demanda casi siempre histérica de apoyos gubernamentales, no la necesitan para escribir, tampoco para reunirse y trabajar en equipo, tampoco se quejaron de la mafia local, acerca de los autores que pueden ser considerados como consentidos por la Universidad o el gobierno, sólo mencionaron que si les publican veinte libros, bueno, es que pueden escribir veinte libros, que lo importante era saber si eran buenos o no. Están trabajando.

Mientras tanto, en Aguascalientes, junto con el fin de sexenio, ha llegado el momento de recular, los que se dicen escritores comienzan a patear el pesebre y a negar a sus amistades porque saben que en unos meses ya no les servirán de mucho, así que hay que ponerse de nuevo la playerita de inconforme y crítico del sistema para ser tomado en cuenta por el próximo gobierno.

Los mismos que antes lloraban por publicar en Parteaguas y hacían berrinche por no ser invitados, hoy le hacen el feo para que quien llegue a Palacio no los vincule con esta administración; quienes durante seis años han vivido mamando de la ubre de las becas o tirando la hueva en las oficinas del ICA o como colaboradores de fantasmales ediciones de alguna dependencia, hoy se apuran a negar a todos los funcionarios, sobre todo cacarean lo que no se ha hecho, ¿dónde estaban antes que no hicieron pronunciamiento alguno?, ¿apenas se dieron cuenta ahorita?, quizá es que estaban muy ocupados gritando la firmeza de sus convicciones antigubernamentales, pero sólo un rato, hasta que les llega la invitación a la presentación, a una feria, a representar al estado en algún encuentro o a cenar con los artistas, y es que a la gorra no le corren, la indignación por el estado de las cosas es fácilmente acallada con una comida, son capaces de cambiar de disfraz y dejan a un lado su playerita del che o su pañuelo palestino para ponerse el humilde saquito del lambiscón, eso vale conciencia crítica: un trago gratis.

Como los sombreros Tardán, de Sonora a Yucatán, existen en todas las entidades esa calaña de farsantes, plañideras de fin de sexenio, que sólo buscan acomodarse en la siguiente foto, para seguir gozando de las ventajas del radical chic que a todo dice no, al que le basta un artículo pitero al mes, un poemilla publicado por ahí, un plagio por allá para demostrarse crítico con la izquierda y con la derecha pellizcar el presupuesto gubernamental.

También de Sonora a Yucatán tienen algo en común esos payasos: no producen, vociferan; no dejan obra, no escriben, sueñan panfletos; no participan, no proponen, apoyan ideas generales, de esas que hacen quedar bien ante los ojos de los demás. Sólo una ventaja, son moda pasajera, ya se acomodarán en el siguiente gobierno, lo único que vale la pena esperar es que, como los autores de Ni desierto, ni maquila, ni frontera, los más jóvenes se den cuenta que se trata de otra cosa, que es la obra y no el lloriqueo, la escritura y no el panfleto incendiario, el trabajo y no la lambisconería, lo que hace a la literatura. Ojalá y pronto podamos leer una antología similar en Aguascalientes, a pesar de las plañideras de fin de sexenio, sobre todo, más allá de ellas.


Publicado en La Jornada Aguascalientes (02/05/10)

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