15 marzo 2014

Nada que opinar



Envoltorio de papaya Nada que opinar

Dinámicas
Hasta hace poco todavía me podían dejar callado con el irrebatible argumento de que yo no podía opinar sobre ciertos temas porque no tenía hijos; en realidad no es un argumento, es una descalificación tan terminante que no vale la pena desgastarse en busca de una respuesta, si tu interlocutor cree que una opinión acerca de algo se fundamenta únicamente en esa experiencia, no tiene sentido seguir la conversación.
Bueno, pues tuve un hijo (no para poder opinar sobre ciertos temas) y pensé que había expulsado de mi vida ciertas réplicas que me sacaban del juego, y así fue; aunque la paternidad no me ha sacado de ciertos casilleros donde te suelen poner para buscar empatía o que le concedas la razón al otro, si antes la frase era que mi opinión no valía porque no gozaba del privilegio de los hijos, ahora mi opinión necesariamente debe estar orientada hacia lo que una mayoría cree que piensa el común de los padres de familia, algo así como: tú tienes hijos, debes estar de acuerdo…
Convertirme en padre me alejó de ciertas dinámicas pero me arrojó a la convivencia con otros para la que, sinceramente, no estoy preparado. Aún no me acostumbro a que cada dos por tres insistan en que mi vida cambió para bien, ni que asuman que si no duermo es culpa de mi hijo o que insistan en señalar que ahora sí tengo una familia. Tampoco puedo todavía con la necesidad de otros por confirmar lo que ellos sienten a través de mi anuencia, no me siento mejor ni peor por el sexo de mi hijo, por ejemplo; ni me enorgullece que se parezca a mí; mi respuesta a ese tipo de comentarios es aburrida: tiene veinte dedos, eso es bueno.
Sé también que me hago acreedor a esos comentarios porque, como supongo que muchos padres orgullosos hacen, de un tiempo a esta parte, los espacios que tengo en redes sociales los uso para subir imágenes y anécdotas de lo que sucede en mi vida con mi hijo… exactamente igual que como lo hacía cuando no tenía uno y compartía algo que me parecía de interés; la confusión de quien mira lo que hago en redes se justifica, pues al compartir esos momentos puede creer que lo hago para mostrarle algo a él o ella, para decirle algo al lector… ni modo; lo cierto es que lo hago sólo para mí.


Obstinado en mi error
Hace poco alguien me preguntó que qué quería que fuera mi hijo de grande (a este tipo de conversaciones son de las que no puedo escapar) y lo único que se me ocurrió contestar fue: él, quiero que cuando sea grande él sea él. Mi interlocutor dijo que qué aburrido y se fue a perseguir otro espejo que le permitiera, a través de la réplica esperada, presumir el futuro que tenía planeado para su vástago.
Ni modo, soy aburrido, pensé, pero eso es lo que deseo. Ser padre no ha cambiado que sea obstinado cuando creo haber hallado una certeza. Recordé que alguien más me había dicho que era aburrido cuando me preguntó que qué quería ser yo de grande, debo haber tenido unos diez años, y lo único que se me ocurrió fue que eso era precisamente lo que deseaba ser: grande. Nueva confusión: ¿grande como quién?, y mi interrogador me dio a elegir varios ejemplos de lo que él consideraba “grande”, algún deportista, seguro un político, un artista… Como no elegí ninguna figura y me limité a insistir en que grande, lo que para el otro me caracterizó, básicamente, como un imbécil, modificó la pregunta y lentamente, como se le habla a quien se considera retardado, volvió a cuestionarme: a ver, ¿qué quieres cuando cumplas 30 años? Eso, tener 30 años; era todo lo que quería.
Pasados los 30, puedo intentar justificar mi respuesta de montones de maneras, una que me deje bien parado, que proyecta una imagen positiva de mí mismo, decir, por ejemplo, que contestaba eso de ser grande, porque, como T.S. Eliot casi estoy seguro que el tiempo presente y el tiempo pasado están, quizá, presentes en el tiempo futuro, y éste contenido en el tiempo pasado. O cualquier otro verso que me haya conmovido y me haga parecer muy inteligente… Aunque, lo más seguro es que siga pareciéndole aburrido al otro.


If you don't like what is being said, then change the conversation
Lo cierto es que, aparte de querer que los automóviles volaran, no esperaba mucho del futuro, sólo deseaba estar ahí para poder vivirlo; creía (y creo) que eso era lo importante: estar, y que estaría en el lugar que me fuera construyendo; sí, no era tan difícil de explicar, pero, reitero, hay interacciones que no merecen aclaración, es la forma más elegante que conozco de cambiar la conversación, de otra manera lo único que se hace es alargar el suplicio.
Don Draper, el personaje protagónico de la serie Mad Men lo sabe, por eso suele señalar que si no te gusta lo que están diciendo, cambies la conversación… y creo que funciona; aunque cada vez sea más difícil porque a las conversaciones actuales les falta contenido, argumentos, ideas, no sólo en grupos cerrados (como varios padres en una habitación presumiendo su orgullo) sino en las redes sociales también, donde se supone que el espacio para el diálogo está abierto, o al menos es público.


Algo que decir
El viernes pasado se transmitió el segundo programa de La Jornada Aguascalientes por la frecuencia de Radio UAA (va el comercial: viernes, 20:30, 94.5 FM) y al momento de grabar, lo único que pensaba era en cómo cambiar la conversación. Ese fue el tema que propuse; para la emisión puse en la mesa algunos ejemplos de lo que creo que es la conversación pública que tenemos y cómo se desvirtúa; pero lo cierto es que siempre pensé que un buen ejemplo consistía en describir esos espacios cerrados donde un grupo de padres se empeña en mostrar su orgullo demandando del otro que coincida en que la paternidad es la experiencia más hermosa del mundo. Un cuarto cerrado lleno de padres obligados a asentir cuando uno de ellos mostraba a su hijo y demandaba que dijeran lo bello que era; ese es un círculo del infierno.
Dije durante el programa de radio que a las conversaciones actuales le hacían falta ideas, que estamos siendo reactivos, limitando nuestras intervenciones a un estar de acuerdo o a llevar la contra; que nos hemos acostumbrado a evitar el argumento y lo cambiamos por un emoticón, para que el otro se las arregle como pueda.
¿Cómo cambias la conversación?, ¿te atreves y dices: tu niño tiene cara de carne molida?... Es echar leña al fuego. Quizá, sólo quizá, el cambio consiste en tener menos opiniones y más algo que decir, puede ser.


Coda
Entre la medianoche y el amanecer,
Cuando es engaño ya todo el pasado,
El futuro no tiene porvenir,
Antes de aquel amanecer que ansiaron
Más que los centinelas la mañana,
Cuando el tiempo se detiene
Y el tiempo no acaba nunca;
Y la marejada, que es y era desde el principio,
Hace sonar la campana.
The Dry Salvages. T.S. Eliot (versión de José Emilio Pacheco)


@aldan

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