Envoltorio de papaya Nada que opinar
Dinámicas
Hasta hace poco todavía me podían dejar callado con el irrebatible
argumento de que yo no podía opinar sobre ciertos temas porque no tenía hijos;
en realidad no es un argumento, es una descalificación tan terminante que no
vale la pena desgastarse en busca de una respuesta, si tu interlocutor cree que
una opinión acerca de algo se fundamenta únicamente en esa experiencia, no
tiene sentido seguir la conversación.
Bueno, pues tuve un hijo (no para poder opinar sobre ciertos temas) y
pensé que había expulsado de mi vida ciertas réplicas que me sacaban del juego,
y así fue; aunque la paternidad no me ha sacado de ciertos casilleros donde te
suelen poner para buscar empatía o que le concedas la razón al otro, si antes
la frase era que mi opinión no valía porque no gozaba del privilegio de los
hijos, ahora mi opinión necesariamente debe estar orientada hacia lo que una
mayoría cree que piensa el común de los padres de familia, algo así como: tú
tienes hijos, debes estar de acuerdo…
Convertirme en padre me alejó de ciertas dinámicas pero me arrojó a la
convivencia con otros para la que, sinceramente, no estoy preparado. Aún no me
acostumbro a que cada dos por tres insistan en que mi vida cambió para bien, ni
que asuman que si no duermo es culpa de mi hijo o que insistan en señalar que
ahora sí tengo una familia. Tampoco puedo todavía con la necesidad de otros por
confirmar lo que ellos sienten a través de mi anuencia, no me siento mejor ni
peor por el sexo de mi hijo, por ejemplo; ni me enorgullece que se parezca a
mí; mi respuesta a ese tipo de comentarios es aburrida: tiene veinte dedos, eso
es bueno.
Sé también que me hago acreedor a esos comentarios porque, como supongo
que muchos padres orgullosos hacen, de un tiempo a esta parte, los espacios que
tengo en redes sociales los uso para subir imágenes y anécdotas de lo que
sucede en mi vida con mi hijo… exactamente igual que como lo hacía cuando no
tenía uno y compartía algo que me parecía de interés; la confusión de quien
mira lo que hago en redes se justifica, pues al compartir esos momentos puede
creer que lo hago para mostrarle algo a él o ella, para decirle algo al lector…
ni modo; lo cierto es que lo hago sólo para mí.
Obstinado en mi error
Hace poco alguien me preguntó que qué quería que fuera mi hijo de grande
(a este tipo de conversaciones son de las que no puedo escapar) y lo único que
se me ocurrió contestar fue: él, quiero que cuando sea grande él sea él. Mi
interlocutor dijo que qué aburrido y se fue a perseguir otro espejo que le
permitiera, a través de la réplica esperada, presumir el futuro que tenía
planeado para su vástago.
Ni modo, soy aburrido, pensé, pero eso es lo que deseo. Ser padre no ha
cambiado que sea obstinado cuando creo haber hallado una certeza. Recordé que
alguien más me había dicho que era aburrido cuando me preguntó que qué quería
ser yo de grande, debo haber tenido unos diez años, y lo único que se me
ocurrió fue que eso era precisamente lo que deseaba ser: grande. Nueva
confusión: ¿grande como quién?, y mi interrogador me dio a elegir varios
ejemplos de lo que él consideraba “grande”, algún deportista, seguro un político,
un artista… Como no elegí ninguna figura y me limité a insistir en que grande,
lo que para el otro me caracterizó, básicamente, como un imbécil, modificó la
pregunta y lentamente, como se le habla a quien se considera retardado, volvió
a cuestionarme: a ver, ¿qué quieres cuando cumplas 30 años? Eso, tener 30 años;
era todo lo que quería.
Pasados los 30, puedo intentar justificar mi respuesta de montones de
maneras, una que me deje bien parado, que proyecta una imagen positiva de mí
mismo, decir, por ejemplo, que contestaba eso de ser grande, porque, como T.S.
Eliot casi estoy seguro que el tiempo presente y el tiempo pasado están, quizá,
presentes en el tiempo futuro, y éste contenido en el tiempo pasado. O
cualquier otro verso que me haya conmovido y me haga parecer muy inteligente…
Aunque, lo más seguro es que siga pareciéndole aburrido al otro.
If you don't like what is being said, then change
the conversation
Lo cierto es que, aparte de querer que los automóviles volaran, no
esperaba mucho del futuro, sólo deseaba estar ahí para poder vivirlo; creía (y
creo) que eso era lo importante: estar, y que estaría en el lugar que me fuera
construyendo; sí, no era tan difícil de explicar, pero, reitero, hay
interacciones que no merecen aclaración, es la forma más elegante que conozco
de cambiar la conversación, de otra manera lo único que se hace es alargar el
suplicio.
Don Draper, el personaje protagónico de la serie Mad Men lo sabe,
por eso suele señalar que si no te gusta lo que están diciendo, cambies la
conversación… y creo que funciona; aunque cada vez sea más difícil porque a las
conversaciones actuales les falta contenido, argumentos, ideas, no sólo en
grupos cerrados (como varios padres en una habitación presumiendo su orgullo)
sino en las redes sociales también, donde se supone que el espacio para el
diálogo está abierto, o al menos es público.
Algo que decir
El viernes pasado se transmitió el segundo programa de La Jornada
Aguascalientes por la frecuencia de Radio UAA (va el comercial: viernes,
20:30, 94.5 FM) y al momento de grabar, lo único que pensaba era en cómo
cambiar la conversación. Ese fue el tema que propuse; para la emisión puse en
la mesa algunos ejemplos de lo que creo que es la conversación pública que
tenemos y cómo se desvirtúa; pero lo cierto es que siempre pensé que un buen
ejemplo consistía en describir esos espacios cerrados donde un grupo de padres
se empeña en mostrar su orgullo demandando del otro que coincida en que la
paternidad es la experiencia más hermosa del mundo. Un cuarto cerrado lleno de
padres obligados a asentir cuando uno de ellos mostraba a su hijo y demandaba
que dijeran lo bello que era; ese es un círculo del infierno.
Dije durante el programa de radio que a las conversaciones actuales le
hacían falta ideas, que estamos siendo reactivos, limitando nuestras
intervenciones a un estar de acuerdo o a llevar la contra; que nos hemos
acostumbrado a evitar el argumento y lo cambiamos por un emoticón, para que el
otro se las arregle como pueda.
¿Cómo cambias la conversación?, ¿te atreves y dices: tu niño tiene cara
de carne molida?... Es echar leña al fuego. Quizá, sólo quizá, el cambio
consiste en tener menos opiniones y más algo que decir, puede ser.
Coda
Entre la medianoche y el amanecer,
Cuando es engaño ya todo el pasado,
El futuro no tiene porvenir,
Antes de aquel amanecer que ansiaron
Más que los centinelas la mañana,
Cuando el tiempo se detiene
Y el tiempo no acaba nunca;
Y la marejada, que es y era desde el principio,
Hace sonar la campana.
The Dry Salvages. T.S. Eliot (versión de José Emilio
Pacheco)
@aldan
Publicado en La Jornada Aguascalientes
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