Envoltorio de papaya Ruido blanco
Cartas a un desconocido
No leo las cuartas de forros o solapas de los libros, no por lo menos al
principio, comienzo la lectura sin importar que no sepa nada del autor o ya
somos/seamos viejos conocidos, a veces sólo por el guiño que logró atraparme
desde el título y, sí, otras por la curiosidad que despertó el diseño de la
portada, a veces eso basta; leo acompañado de pocas precauciones, intento dejar
a un lado los prejuicios que sobre el autor tenga, tanto por experiencias
anteriores como por la recomendación de la crítica.
Suelo posponer el encuentro con lo que el editor me quiera decir para un
momento avanzado de la lectura, a veces con la intención de encontrar un rostro
para quien me ha tocado, la mayoría de las ocasiones sólo sumo al desconcierto
(no creí que W tuviera bigote; no adiviné que X se fotografiara con sus perros;
ah, Y suele congelar su mirada en lontananza y apoyar su barbilla en la típica
pose de escritor; oh, Z cruza los brazos fingiendo ser bien maldito… etcétera).
Otras, busco en las solapas una explicación al desconcierto que suele
provocarme un texto eficaz, acudo a las sinopsis como una manera de establecer
una conversación. Casi siempre es una experiencia deplorable, el espacio que
podría ser la llave a una lectura gozosa, las líneas que debieran ser una
invitación gratísima a leer, las claves precisas para dejar todo a un lado y
abrir el libro, suelen desperdiciarse en un puñado de datos biográficos (en el
mejor de los casos) o en una serie de frases que van de lo superlativo a
lo ramplón. No es difícil hallarse con que lo que uno está leyendo es la última
coca cola en el desierto del panorama narrativo, la nueva promesa o el heredero
de…
Debería ser un arte redactar esas líneas, se puede, ahí está el ejemplo
de Roberto Calasso, quien recopiló esos textos en Cien cartas a un
desconocido, los ensayos brevísimos con los que acompañó los libros
que como editor lanzó a través del sello Adelphi. Pero esa es una excepción, la
mercadotecnia, considerando a quién sabe quiénes como grupo de enfoque,
prefiere la vacuidad, confunde brevedad con la posibilidad de encadenar lugares
comunes y elogios.
Comedias de costumbres
Hemos perdido la costumbre de escribir cartas a los otros, en el caso de
las solapas, como dice Calasso en el prólogo, ya no se ejerce el arte del
elogio preciso o de la crítica inclemente, esa costumbre, a veces perdida por
temor (Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que
perdonarle la vida en una reseña, señala Lichtenberg) no hace mejor o peor
la lectura de un libro, pero sí se extraña como parte de la conversación que
genera la lectura.
Tras la lectura de “El autobús a St. James” de John Cheever, no pude
evitar ir a la sinopsis, todavía conmovido por la maestría de la frase final.
La decepción me abofeteó con saña, según la sinopsis de mi edición, Cheever
habla de las “ironías de la vida contemporánea en Estados Unidos. En realidad
pueden considerarse comedias de costumbres, sutil y elegantemente elaboradas,
preocupadas por el empobrecimiento espiritual y emocional de la clase media.
Sus personajes son por lo general simbólicos, y las situaciones que describe
realistas y detalladas”. Eso y nada es lo mismo, los relatos son mucho más que
eso, hay un detalle que se repite cuento tras cuento, la multiplicación de
historias dentro del texto, que abre la posibilidad a enriquecer la
interpretación del tema central a partir de colocar las piezas que faltan. En
Cheever la anécdota no es lo principal, es la forma en que acomoda los
elementos para que el lector participe en la historia, el detalle con que se
distrae agregando elementos a la línea principal y que en el cierre de cada
texto, como quien encaja la pieza del rompecabezas que todo el tiempo estuvo
ahí, da profundidad al carácter de los personajes… pero igual estoy cayendo en
los lugares comunes de los que me quejo.
Ruido blanco
Una imagen que guardo de la infancia y que con el paso del tiempo
resulta más difícil explicar a las generaciones es el momento en que las
televisoras dejaban de transmitir y tras las barras de colores que anunciaban
el final de la programación, en la pantalla aparecía de lleno el ruido blanco,
la imagen en blanco y negro, sin sentido de un televisor cuando ya no sintoniza
ningún color. No la “nieve” que de vez en cuando caía sobre alguno de los
programas, sino el furibundo desplazamiento de puntitos y el ruido de la
estática.
La imagen y el sonido eran hipnóticos, la película de Tobe Hooper que en
México se llamó Juegos diabólicos (Poltergeist), al menos el
cartel en el que la niña aparece con las manos extendidas sobre la pantalla del
televisor, sirven para confirmar esa fascinación; la leyenda urbana nos hacía
interpretar ese agitar de puntos hasta encontrar algo, atender el zumbido hasta
descifrar una conversación. En más de una ocasión el reto fue permanecer frente
al ruido blanco de la televisión hasta encontrar “algo”; sugestionados,
invariablemente se hallaba algo que movía al miedo.
Una definición más simple del ruido blanco es la basurita que aparecía
cuando se acababa la televisión. En ambas, lo cierto es que esa combinación de
puntos y rumor eléctrico, no sirve de nada, no dice nada, se necesita ser muy
obstinado para traducir el azar en algo concreto.
Conecte los puntos
Nuestro intercambio en redes sociales, porque hemos perdido la costumbre
de escribir cartas a desconocidos, por la brevedad a la que obligan, por la
rapidez en la respuesta que demandan (elija el pretexto que quiera) están
llenando de ruido blanco nuestras conversaciones y contaminando la capacidad de
interactuar con el otro a partir de reconocer que no todo son extremos, que las
distintas visiones del mundo caben en las multiplicación de los colores o los
matices del gris.
Es tan volátil nuestra capacidad de atención, que hemos reducido las
opiniones a un sí o no, a un estar a favor o en contra; no queremos ser
escuchados, demandamos que nos den la razón, en ese sentido, no es extraño que
no exista un botón de No Me Gusta en Facebook, es más simple coincidir sin
explicar en el agrado, o que Twitter se limite al retuiteo, no es necesario
agregar nada, si lo reenvías es que estás de acuerdo.
Al parecer hemos reducido la capacidad de establecer relaciones con el
otro a un simple conectar los puntos para formar la imagen que se nos dicta,
sin posibilidad de error; sí, siempre ha sido así en mayor o menor medida, lo
que llama la atención es que ahora los puntos no son una referencia,
invariablemente implican una sentencia que te coloca en los extremos. Conmigo o
contra mí, a favor o en contra, aliado o enemigo… ¿de qué?, cada vez importa
menos.
Coda
Todo el mundo en la colina comenzó a gritar: “¡Paren el arrastre!
¡Párenlo! ¡Paren!” Pero no había nadie allí para pararlo. Los chillidos de Anne
eran roncos y terribles, y cuanto más se esforzaba por soltarse de la cuerda,
más violentamente la arrojaba ésta contra el suelo. El espacio y el frío
parecían amortiguar las voces —incluso la angustia de las voces—, que se
elevaban pidiendo que pararan el arrastre. Los gritos de la niña fueron
desgarradores hasta que la rueda de hierro le partió el cuello.
Los Hartley salieron para Nueva York ese mismo día, cuando hubo
oscurecido. Conducirían toda la noche detrás del coche fúnebre. Varias personas
se ofrecieron a llevar el volante, pero Hartley dijo que quería conducir él, y
su mujer también parecía querer que él lo hiciese. Cuando todo estuvo a punto,
la afligida pareja atravesó el porche, mirando en torno a ellos la
desconcertante belleza de la noche. Hacía mucho frío, el cielo estaba
despejado, y las constelaciones brillaban más que las luces del hostal o del
pueblo. Él ayudó a su mujer a subir al coche, y después de ponerle una manta
sobre las piernas, emprendieron el largo, largo viaje.
De Relatos I, John Cheever.
Avancé hasta el final de la historia, satisfecho me detuve, fui
conectando los puntos del relato, interpreté, participé de la historia… creo
que leí bien, al menos para mi gusto. El cuento fue creciendo en la memoria,
fue más placentera la lectura. La posibilidad de iniciar una conversación, se
topó con el ruido blanco de la solapa.
@aldan
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