Premios Universitarios de Literatura
Universitario Cuatro contra el Zombie del Altiplano
Hasta hace poco sostenía que la literatura aguascalentense, cualquier cosa que eso signifique pero que parte de la premisa de lo que se escribe desde Aguascalientes, era el Zombie del Altiplano, un muerto que caminaba lentamente en espera del audaz que le entregara su acta de defunción y por esa circunstancia, mero trámite burocrático, iba por el panorama literario nacional arrastrando la cobija de sus glorias pasadas.
Me parecía clarísimo que el tránsito de ese cuerpo, iba del estruendo de Paralelo a la dispersión actual donde todo se desvanece, de las iniciativas flamígeras desde el Cerro del Muerto que hace 50 años convocaban a la descentralización de la cultura hasta el día de hoy en que algunos tímidos destellos solitarios deslumbran en las páginas de revistas como Parteaguas y Tierra Baldía.
Me confirmaba esta impresión más que diagnóstico la apabullante desidia de nuestros escritores, quienes en las conversaciones de café, tras anunciar estar trabajando en un proyecto definitorio, invariablemente recaían en el recuento de las batallas y victorias de años pasados (algunos miden ese tiempo en administraciones o sexenios), cuando los creadores conformaban sus propios talleres literarios, grupos y cofradías que mantenían viva la discusión mediante fanzines o revistas, editaban plaquettes, animaban proyectos editoriales, publicaban compilaciones, antologías, traducciones, poemarios, novelas, cuentos y, los más destacados, obtenían premios nacionales, además de atreverse a traspasar las fronteras de esta buena tierra (agua y cielo claro), para establecer un diálogo con otras literaturas, con otros autores.
Y lo más importante, escribían.
Sé que la descripción es injusta y que Zombie del Altiplano está más cercano de la descalificación que del chiste, me escudo en que advertí que era una impresión y que, lo quiera o no, formo parte de la inercia.
Cuando más convencido estaba de que hablar de “literatura aguascalentense” era un ejercicio de evocación y suspiros, el trabajo de algunos escritores se apura a desmentirme: la publicación de Lujurias y Constelaciones de Eduardo López (Ed. Azafrán y Cinabrio), la Alicia con que Luis Cortés ganó el Premio Salvador Gallardo Dávalos 2006 (Ed. ICA) y el libro que hoy nos convoca, los Premios Universitarios de Literatura.
De entrada, ante un libro con estas características no se puede más que ser generoso, no en un afán benevolente, sino porque una iniciativa en que la Universidad reconoce el trabajo que hacen los suyos lo merece.
Este volumen es una contundente invitación al diálogo, a voltear hacia la UAA para conocer lo que proponen sus estudiantes, sus escritores y un paso firme de la Universidad para acercarse a los lectores que están del otro lado de la avenida.
Considero que nadie saldrá decepcionado de este encuentro, si algo caracteriza a los autores aquí incluidos es el talento con que emprenden la escritura y cómo enfrentan ese reto en sus textos; el deseo de comunicar es un rasgo compartido.
A Crónica de junio a diciembre, Premio de Poesía “Desiderio Macías Silva”, de Ilse Guadalupe Díaz Márquez lo conforma una serie de textos que se avocan al hecho de narrar cómo ocurrieron los hechos (el amor, el desencanto, los desencuentros) a partir de fijar detalles mínimos mediante imágenes sencillas pero contundentes: “y los tickets del metro, / y los helados; / y todo son los libros y los barcos, / y todo somos nosotros / antes de todos, / antes de las fiestas / de los golpes / y del humo del cigarro”, la voz de esta poeta está empeñada en enumerar y lo hace de la manera más fresca posible, deteniendo la mirada en los objetos que en el recuerdo, a medida que pase el tiempo, adquirirán otro valor, una presencia definitiva, una que quizá expliqué no sólo el cómo pasó sino el porqué sucedió, no hay en estos poemas florituras ni demostraciones innecesarias se canta a lo elemental para invitar al lector a que participe como testigo de lo que le sucede a los jóvenes que duermen con la espalda apoyada a una fuente, a los que conversan sobre la soledad terrible o sus materias de la universidad mientras a un lado la Historia pasa disfrazada con el rostro de afiche del Che Guevara, a esos muchachos que se besan con la certeza del desencanto de los que “ya no hacemos nada aunque hagamos todo”.
En Canto, llama y reflejo de Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez también la mirada se obsesiona por el detalle, pero esta es una mirada deslumbrada por la luz, los textos de este poemario, de ritmo sosegado, de una respirar lento que se regodea en la acumulación, buscan establecer a partir del trazo de la silueta, sabe el poeta que enceguecido por el brillo la única posibilidad de asir al otro es dándole una voz que lo ubique en el espacio, por eso enlista las características y el poema se torna un paisaje de pinceladas sencillas, donde la acumulación es intento por aprehender: la noche es una playa que es un cuerpo que es el mar que son hombros que es música y “las estrellas vibran / nos pulen, se detienen, / la luna es de arena / la bonanza nos cubre; construimos el fuego” y, en su mejor momento, nos recuerda nuestra condición de polvo al que “Dios observa, se encanta y se ríe: / [pues] hemos creado nuestro pequeño universo”
Como explican Guadalupe Montoya y Cristina Guadalupe Reynoso en el prólogo, en el Premio Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska” 2006 se convocaron dos categorías: cuento y novela.
En la categoría de cuento obtuvo el primer lugar Anaranjado de Ilse Díaz y Alicia de José Ricardo Pérez fue reconocido con una mención honorífica.
En su texto, Ilse se arriesga como escritora al apostarle al cuento moderno, lejos de la receta del final sorpresa, Anaranjado es un cuento que establece y requiere de la complicidad de los lectores, el lector está invitado a armar el rompecabezas de las múltiples historias posibles que se cruzan y anudan en el simple caer de unas naranjas sobre el piso sucio, nos corresponde juntar las piezas, de las que nos dan pista los silencios del narrador, todo eso que no dice pero se adivina y significa. Como cuentista, Ilse tiene la virtud de la precisión, en unas cuantas cuartillas de una escritura condensada y pulida, logra ramificar un instante, un hecho banal, hasta conectarlo con sus múltiples posibilidades.
Mientras que en Alicia de José Ricardo Pérez, la apuesta está por el lado de la exuberancia, de la recreación de un lenguaje coloquial donde lo más importante es cómo se dice, no lo que se cuenta, pues el núcleo del texto, el desencuentro, es el pretexto para hacer un repaso de la soledad del protagonista y su descubrimiento de que “todos en la ciudad queremos algo. Me quedé pensando que todos estamos en la ciudad porque no lo tenemos y a fuerza queremos que la ciudad nos lo dé” y ese reconocer de una verdad sencilla, el deseo atizado, sirve como vehículo para intentar el retrato de un viejo que ha pasado del enamoramiento a la costumbre.
La categoría novela del Premio Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska” 2006 la ganó Bienvenido Puerto Hemingway de Juan Carlos Díaz López, un verdadero trabuco, en el sentido estricto de la palabra: un arma de fuego más corta y de mayor calibre que la escopeta ordinaria.
Juan Carlos es un autor obsesionado por la estructura, la idea del andamiaje es lo más importante de este texto, pues el mecanismo que rige esta novela es la negación, no hay una sola certeza, se transita de un pasaje a otro a partir de incertidumbres, apenas se logra tomar por la punta la imagen de un viejo que escribe cartas de amor desde ninguna parte, ya ese lugar tiene un nombre, ya es Robinson Crusoe o el Quijote o un asesino.
Considero que en Bienvenido Puerto Hemingway lo más importante es la escritura misma, más que la anécdota o la definición de caracteres, los personajes y los hechos son devorados por los retos que Juan Carlos se impuso para contar, de ahí que se valga (salte) de una forma a otra, de la epístola al poema a la crónica al pastiche; es un juguete narrativo decidido a establecer que las fronteras entre géneros literarios son cada vez más tenues; le llamamos novela porque es en ese género considerado mayor donde es más fácil entender la convivencia de estas formas variadas de la prosa, así como la explotación de la intertextualidad como recurso para buscar guiñarle un ojo al lector y acudir a su participación activa, indispensable para adentrarse en esta historia de un viejo o un joven enamorado o no que solitario o acompañado vive o sueña que otorga la vida o asesina, y de quien lo único que queda clarísimo es que escribe.
Es sencillo, simple, predecir a estos cuatro autores que lo mejor está por venir, que en poco tiempo, dedicación mediante, han de cosechar los frutos de su trabajo, sí, también se los deseo, pero más allá de los buenos propósitos, les agradezco el enorme placer que me provocó su lectura, felicidades a los cuatro.
Finalmente, a pesar de saber que errar es humano, vanidoso que es uno, soy reacio a aceptar que me equivoqué, pero en el caso de los relevos australianos de los cuatro universitarios contra el Zombie del Altiplano, espero que la constancia y trabajo de estos jóvenes autores (Ilse, Adrián, José y Juan Carlos) reanime nuestro panorama literario, y con placer eufórico me haga rectificar, tras la cuenta de tres poder festejar, para decir que no estaba muerto, andaba de parranda.
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