en letras de otros

CADA VER
Jorge Fernández Granados
cada ver
nudos ocultos de cuerpos mutilados en el amanecer del desierto donde pequeñas telarañas invaden con la certeza acumulada de la quietud sus cabellos sus párpados sus labios abiertos aún en la congelada y secreta palabra del instante frente a la muerte tan parecida al silencio de este páramo ahora que al caer la noche se llena de laboriosos insectos que brotan de las grietas del suelo y exploran esos cuerpos como si se tratara para ellos de un extraño meteoro que hubiera caído hace días en el desierto examinan con destreza el cir-cular espacio de aquel grito sin garganta
cada verdad
cuenta una historia inconclusa que persiste semienterrada en las dunas terrizas cuenta los huesos que interrumpen la arena en la orilla de la carretera a casas grandes los torturados vestigios de la mutilación de cuerpos jóvenes y flexibles repentinamente tomados por asalto borrados de la tierra y entrando sin voluntad sin anuencia en la región oscura de la destrucción cuenta el osario de la soledad que descompone este prehistórico sol del de-sierto una por una cuenta esas calcinadas formas de lo desaparecido
cada verdad es un ver
cuerpos fulgurantes en el lecho de un reseco río o de campos de algodón o de lomas de po-leo en la orilla de una urbe de inmigrantes y máquinas seriales para siempre detenidos en un hereditario gesto ante el encuentro con el último estamento del dolor como una pista del combatiente negro de humo en la punta de sus dedos azules restos de esmalte en sus uñas rotas sus manos atadas con sus propias agujetas su cuello casi de niña estrangulado ánimas ya si existe el ánima cuerpos en la tierra de los cuerpos inocultables costillares que esplenden descarnados como el fósforo bajo el fanal de la luna del eriazo y hablantes vértebras adolescentes aún vibrando bajo la quemada música del sueño
cada verdad es un cadáver
viviente en la memoria de los desenterradores los que diariamente rondan desde el crepús-culo hasta la madrugada en no oficiales vehículos en desvencijadas trocas o en cuadrillas a pie armados de una vara y una bolsa buscando en horas robadas al trabajo o al sueño disimulados vestigios no del todo desintegrados aún por el tiempo la podre y los animales piezas rotundas del rompecabezas de la prevaricación todos lo saben desperdigados en ciertos lugares recurrentes como la carretera a casas grandes o esos terrenos del margen los desenterradores que a diario persisten sin recompensa civiles laboriosos como los in-sectos del desierto que no duermen peinando las afueras de la ciudad con el único deseo de no hallar esta jornada tampoco un arete una pulsera un jirón de ropa cualquier objeto que dé aviso de otro nuevo descubrimiento
cada verdad es un cadáver de eva
que a pesar de todo comienza su accidentada emersión como esfera de aire en la hondura del agua y parece decir en ese demorado ascenso en ese zigzagueante trayecto de la as-fixia oye el rumor bajo este engañoso silencio oye la tempestad que rojamente escribe ciertos nombres en los muros oye la mutilada multitud que va buscando cada noche sus huellas en el polvo para volver a caminarlas y volver a caminarlas hasta que se cierre el gran círculo de las sacrificadas oye la repetida la impune la numerosa estrategia de la muerte con la que se ocultan oficiosamente esas mismas huellas evidentes oye subir poco a poco estos cuerpos a la superficie calcinada del desierto de chihuahua como el mar tar-de o temprano arroja a la tierra los delicados objetos de un naufragio
cada verdad es un cadáver de evaporable luz
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