05 abril 2010

Carta para Lourdes en respuesta a René

A partir de una nota de René López Villamar en su bitácora, donde auguraba la muerte del cuento.



Madre

Si nada se descompone en estos días, nos veremos pronto, he de visitarla en Puerto Escondido, la marida y yo estamos acomodando todo para poder irnos varios días, pasar a Oaxaca a ver a mis hermanos y de ahí lanzarnos a la playa.

Me urge verla, la extraño, quiero entregarle un ejemplar de mi libro más reciente, pude enviárselo con Alejandro, pero prefiero entregárselo en mano propia, tengo ganas de ver su cara cuando lo reciba, sentarnos a beber café, a platicar, que como todas las veces nos caiga la noche encima y luego la madrugada, reírme con todas sus historias, que me cuente otra vez por qué se suicidó ese chivo que le regalaron y cómo lo hizo barbacoa, los resultados de cada una de las batallas en la interminable guerra contra las hormigas. Necesito verla para que alimente esta necesidad de oírla contar historias, iba a escribir “hoy más que nunca” pero en realidad es “hoy como siempre”.

Quiero sentarme junto a la enorme planta a la que le crece una flor roja inmensa y que usted me asegura que es un plátano. Yo sigo sin creerle porque no puede ser que los plátanos crezcan así y hasta no ver no creer, igual para el tiempo en que la visite ya es posible ver el racimo y entonces constate lo que me dijo la última vez. No es que no le crea, es que sé que usted suele mentir, reconozco mi herencia en su forma de contar las cosas, la he visto sostener que unos chícharos duros que se encontró en la alacena son el condimento perfecto para un arroz y cuando alguien le preguntó el por qué de su dureza, asegurar que así es el chícharo peruano: “durito”. Suelo acordarme de ese pasaje cuando pienso en la diferencia entre la “verdad” y la verosimilitud… ya lo platicaremos, a últimas fechas he tenido que hacer esa distinción cuando hablo de lo que para mí es importante en la literatura, no la verdad sino que sea creíble.

Aunque, cuando nos veamos, seguro que no hablaremos de literatura, prefiero alimentarme de sus historias. Quizá por eso le estoy escribiendo esta carta, para librarme de algunas preocupaciones antes de verla, dejar a un lado el desconcierto que me provocó una noticia que recibí hace poco, un amigo en su bitácora escribió que el cuento ha muerto, se imaginará el aprieto en que me pone, ¿entonces qué estoy escribiendo?, pensé; estoy escribiendo cosas muertas, supongo.

Le cuento la historia de esa noticia y lo que me sucedió para no tener que repetirla cuando nos encontremos, además, creo que es más sencillo así, no me veo abordando con usted el tema, sé que me preguntará sobre asuntos que yo creo tener bien resueltos, pero que a la hora de buscar una definición me enredaré y es posible que la confunda.

Seguro que me preguntará: ¿pues no lo que escribes son cuentos? Y contestaré que sí, que lo que yo escribo son historias; ahí comenzará la confusión, yo creo que los cuentos son historias, sin importar el medio por el que se difundan, más allá de la técnica o los malabarismos que se cometan para pasarla al papel, en el centro de todo cuento hay una historia.

Es posible que eso baste y entonces podamos seguir conversando. Eso espero, porque no voy a cargar con los libros que me ayudan a dar taller y de los que tomo las definiciones (muchísimas) que me sirven para acercar a quien escribe a desentrañar el misterio que es un cuento, esa cosa aparentemente huidiza de la que se ha dicho tanto y a veces sólo se puede caracterizar como una “narración breve de ficción”; lo sé, no basta, no es suficiente, ahí cabe casi todo, pero es un punto de partida, tiene los elementos más importantes de lo que considero un cuento: que sea contado (por obvio que suene), delimitado por una extensión en la que nadie suele ponerse de acuerdo y que sea “inventado”.

Se imaginará que es difícil llegar a un acuerdo con lo de “breve” y “ficción”. Lo primero implica un límite difícil de establecer, por eso hoy sigue teniendo vigencia la “unidad de impresión” que menciona Poe, de hecho, es el elemento común en la mayoría de las definiciones, que se pueda leer de una sentada, pero ¿cuánto dura esa sentada?, cada quién impondrá su tiempo, lo que complica el asunto porque Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia, El apando de Revueltas, El principio del placer y Las batallas en el desierto de Pacheco, incluso Pedro Páramo de Rulfo se pueden leer de una sentada, entonces, ¿son cuentos?, pues no, resulta que son novelas.

Seguro que podremos seguir conversando a pesar de esta preocupación, que me ayudará a dejarla pasar con un simple gesto de la mano, con un “no tiene la menor importancia” y tendrá razón, cada texto de un escritor es una tesis personalísima que refleja lo que cree acerca del cuento o la novela. Mal haría un escritor en intentar seguir la receta que se inventa para explicar un cuento, esas explicaciones siempre son posteriores, decía Truman Capote “Creo que el cuento, cuando es explorado seriamente, es el más difícil y el más riguroso de los géneros en prosa existentes. Todo el control y la técnica que yo pueda tener se lo debo enteramente a mi adiestramiento en ese género”, para el enormísimo Capote (usted sabe cuánto lo admiro) tener el control significaba “mantener un dominio estilístico y emocional sobre el material”, pero aclaraba que “cada cuento presenta sus propios problemas técnicos, obviamente no se puede generalizar acerca de ellos sobre una base de dos-más-dos-son-cuatro. Hallar la forma correcta para un cuento es sencillamente descubrir la manera más natural de contarlo. El modo de probar si un escritor ha intuido o no la forma natural de su cuento consiste sencillamente en esto: después de leer el cuento, ¿puede uno imaginárselo en una forma diferente, o silencia el cuento la imaginación de uno y parece absoluto y definitivo?”.

Claro, es sencillo decirlo, además, seguro que si busco otra declaración de Truman, seguro me encuentro con alguna en la que ponga por encima de todas las cosas a la novela, a su novela A sangre fría, a la que el muy endemoniado le puso el sobrenombre de non fiction para referir que trataba un material “periodístico”, de la “realidad” con las mismas técnicas con que escribiría un libro de ficción.

Ya me estoy desviando, esta carta no era para contarle que uso el desvelo en leer, se trataba de avisarle que vamos a pasar las vacaciones con usted, me urgen ya, quiero sentarme a escucharla contarme historias y, con ese impulso, terminar unos proyectos que tengo atorados. Sé que después de conversar con usted he de encontrar el camino para que salgan al fin. También sé que en vez de esta carta podría llamarle por teléfono, pero, seamos sinceros, eso no se nos da, somos de los que gustan desviarse por cada sendero que se atraviesa al camino principal y algo tiene el teléfono que me deja la sensación de que me he perdido algo, no sólo la vía de regreso, los gestos, la complicidad de una mano extendida o el guiño que lo envuelve todo con una rotundidad que no requiere otros gestos, otras palabras.

A eso aspiro al escribir, a encontrar la manera de contar un hecho de forma tal que en una escena, en una frase, se revelen al lector las múltiples posibilidades de un gesto y cómo, irremediablemente, cambia el destino de alguno de los personajes, será que veo al cuento como un tránsito que obliga a cruzar una frontera y deja en el lector una sensación de extrañeza al ser llevado del lugar donde lee hacia otra parte, algunas veces como testigos, otras como actores. El cuento como un movimiento hacia un lugar extraño que invariablemente nos involucra, y si un cuento es bueno, será memorable, como los viajes.

Si me empeño en el tema del cuento debe ser porque me quedaron cosas que responder a la propuesta de conversación de René en su blog, también a esta idea del viaje, porque vamos en plan austerísimo, así que tomaremos el camión fantasma al DF y de ahí a Oaxaca, ya allá vemos cómo llegamos a Puerto Escondido, igual mi hermano se apiada de nosotros y nos da el aventón, así que prepárese para darnos alojamiento y comida, por cierto, ¿tiene acceso a internet?, sé que mi hermana le imprime mis cartas, que usted no se anima todavía a entrar a la www, lo que no tengo claro son las razones y, ahora que lo pienso, que yo le diga que leí algo en un blog tampoco le ha de decir mucho.

Un blog es un medio, sólo eso, igual que Twitter o las redes sociales (“sólo eso” y es tanto). Mi amigo René, y vuelvo con mi preocupación, que el lector de cuentos “es una especie en extinción. La tecnología que provocó su nacimiento o auge es obsoleta: por un lado la sustituye el radio, el cine, la televisión (que son una vuelta a la oralidad y a lo visual), por otro lado la sustituye Internet. Ninguno de esos medios encuentra en incluir cuentos un valor agregado o un gancho publicitario para sus contenidos. El lector también se ha transformado y ya no tiene tanto interés en leer cuentos. Sí, desaparecen los periódicos y las revistas, pero también los espacios en que se publican esos textos dentro de periódicos y revistas. Las editoriales huyen de los libros de cuentos, porque no se venden tampoco en libro. Y todo esto también conlleva una desprofesionalización del cuentista. Todo le resulta hostil al cuento. ¿A qué se debe esto? No sé. Podemos buscar razones, pero no podemos negar que todas estas son cosas que ya están pasando: o el cuento encuentra una forma de adaptarse a esta nueva realidad o perece. Y todo indica que no se va a adaptar”.

¿Usted que cree?, ¿se adaptará el cuento a todo estos cambios? Yo apuesto a que sí, bajo el entendido que la semilla de todo cuento siempre es una historia, seguro se adapta. Es posible que usted y yo no sepamos hablar por teléfono y que los cuentos que yo necesito escucharle requieran del contacto, sin embargo, con mi hermana es todo lo contrario, con ella sí hablo por teléfono. Tengo pendiente contarle sobre la mudanza, ya sabe que nos cambiamos de casa, con mi hermana el trámite del aviso ha quedado más o menos zanjado, con usted será una conversación larguísima, recuérdeme contarle cuando pregunté si había fauna nociva y me contestaron que de vez en cuando pasaban unas chivas, también que al atardecer, el jardín se llena de pájaros negros y al pasto lo oscurece la parvada mientras yo me quedo de una pieza sin saber qué hacer con esa escena, por favor, recuérdeme que tengo que contarle sobre los atardeceres y el cielo, que soy un mariquita sin calzones porque a veces me abruma el espectáculo y de la nada me dan ganas de llorar.

Si yo escribiera para ustedes, para usted y mis hermanos, tendría que escribir tres cuentos distintos, aunque fuera la misma historia, uno para acompañar la entrada de la madrugada con café, que fuera desde la parvada que invade el jardín hasta mi necedad de jugar a Bob el Constructor y colgar las lámparas sin ayuda de nadie (a que se acordó de mi papá, sí, heredé la necedad), otro, el que le contaría a Gustavo tendría que ser más breve, más ágil, ya sabemos que mi hermano se distrae con cualquier cosa y que para atrapar su atención se requieren de imágenes, mientras que en el que escribiera para Nayely pondría atención en los detalles que revelan la relación de los hombres con el mundo, si lo escribiera, sería un cuento de un ritmo pausado, donde el conflicto quedara oculto durante mucho tiempo en la descripción de un gesto… Afortunadamente, no escribo para ustedes, así que no tengo que hallar otra forma que no se sea la que corresponde a cada historia, la forma natural de escribir esos cuentos vendrá dictada por cada cuento; sí, sé que suena mal eso de que no escribo para ustedes, pero es cierto, si a veces coinciden mis cuentos con ustedes es pura coincidencia.

Es decir, para cada historia se pueden encontrar diversas formas de contarla, que nada tienen que ver con el medio, no al menos en el sentido de quedar esclavizada, si un cuento requiere ser contado en muchas páginas, seguro que encontrará un lector al que no le importe la exigencia de la extensión o que lo encuentre en un blog, si un cuento merece ser contado en 140 caracteres puede transmitirse a través de Twitter (cuando nos veamos le explico) o un mensaje de celular, lo que no entiendo es la obligatoriedad de constreñir el cuento a un formato impuesto por el medio o las tendencias lectoras, ¿se imagina?, uno escribe porque no tiene otro remedio, otro lee porque quiere hallar una historia, el puente es el placer, estoy seguro de que ambos se encontrarán.

Madre, me he alargado y seguro ya está suficientemente desconcertada. Estas líneas que trataban de avisarle que sí vamos a visitarla se han vuelto una conversación que debería tener en otra parte, con otra persona, pero sé que a pesar del desconcierto he dejado suficientes cabos como para que, alrededor de una mesa, podamos iniciar hoy como siempre nuestra conversación pendiente, ¿con qué quiere que abramos, no le interesa saber qué es el camión fantasma?

Le dejo todos los besos, que al fin y al cabo tengo más.

Su hijo, que la piensa todos los días.

edilberto

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