
En las elecciones pasadas las campañas que promovieron el voto nulo ganaron una gran cantidad de adeptos, durante algún tiempo en el centro del debate estuvo la invitación a anular el voto como un acto de protesta (y resistencia) en contra de la clase política que se ha adueñado de los procesos electorales y ha hecho de las votaciones un mero trámite que valida el resultado de las guerras previas entre candidatos, luchas que se dan en la arena de los medios y con un bajísimo perfil, donde lo que brilla es la ausencia de las ideas e importa más la declaración deslumbrante.
Las campañas en pro de la anulación del voto lograron que la atención de centrara por un momento en las debilidades de nuestra siempre incipiente democracia, más que en las maromas con que llaman la atención los políticos. Sin embargo, la fuerza que estas campañas tuvieron, sobre todo en las redes sociales, no se reflejaron en las urnas y con la misma rapidez con que inició perdió fuerza el movimiento. Bastaron unos cuantos días para que la atención se fuera a otra parte.
Lo más sorprendente del fenómeno fue su poder de convocatoria, se contaban por montones los foros en los que se convocaba a asistir a las urnas y depositar un voto en blanco, miles eran quienes participaron en cadenas de correos electrónicos y redes sociales. No fue de extrañar, el corazón de la campaña se alimentó de una característica común: el desencanto.
Sin embargo, por la rapidez con que se apagó ese movimiento, no hubo tiempo para que en el debate se argumentara a profundidad acerca de la inutilidad de la anulación del voto, una revisión de las editoriales, artículos y columnas dedicados al tema deja la sensación de que quienes estaban a favor de la anulación sólo tenían como bandera el hartazgo, mientras que quienes defendieron la obligación y derecho de votar basaron su réplica en un solo punto: un voto en blanco era un voto para los mapaches electorales.
Con elecciones en puerta, es seguro que habrá nuevas convocatorias para promover la anulación del voto, esta ocasión será necesario algo más que la fe en la necesidad de ejercer ese derecho, no bastará con el llamado al ejercicio de la ciudadanía, se requiere aprovechar la ocasión para convencer con argumentos, de otra manera se perderá la oportunidad de un diálogo que impulse la revisión del sistema electoral, donde hasta ahora, se impone la ley del que tiene más saliva, quien logra mayor presencia, quien ocupa más espacios en los medios.
No será sencillo convocar a las urnas, el desencanto es cada vez mayor y la clase política poco ayuda a ganar la confianza de los electores, como si fuera un deporte, a medida que se acerca el momento decisivo de las elecciones, la voracidad de los políticos pasa por encima de todas las reglas, hace de las leyes un juguete y las interpreta a su gusto.
Para quienes creemos que el voto es todavía una forma válida de participación ciudadana será necesario traer a la discusión temas como transparencia y rendición de cuentas, revisarlos y proponerlos fuera del discurso de los políticos, quienes mencionan estos conceptos sin una idea clara de qué es lo que implican, creyendo que basta colocar una página en internet con múltiples enlaces que terminan por generar un laberinto, o bien, reducen la obligación de explicar y justificar sus acciones a ver la paja en el ojo ajeno.
Si bien la rendición de cuentas es un mecanismo retrospectivo y generalmente sólo se aplica a quienes ya están en el poder, es posible emplear en beneficio de la ciudadanía las nuevas tecnologías y ampliar el campo de acción para responsabilizar a los candidatos y a los dirigentes de partido, para que no sigan imponiendo su imperio de pinole sobre los asuntos públicos y encontrar los mecanismos para sancionar a quienes sin vergüenza alguna retuercen la ley a través de una interpretación simplona.
Un beneficio inmediato de exigir un poco de vergüenza a los suspirantes a un cargo público sería la recuperación del espacio público, no más espectaculares engañosos en los que la letra pequeña anuncia que esa publicidad sólo está dirigida a los militantes de un partido; si se exige transparencia en el uso de los recursos, dejarían de circular los montones de revistas que venden sus páginas a los candidatos y banalizan el ejercicio periodístico.
Sobre todo, sería posible dejar de escuchar las mentiras de siempre, para exigir que las campañas expongan ideas, proyectos, planes de trabajo, que permitan al ciudadano tomar la decisión de salir a votar.
Lamentablemente, no hay mucha esperanza para la inteligencia en estos procesos, lo más seguro es que en los días por venir lo que prevalezca sean las guerras de declaraciones basura, la degradación del discurso a slogan sin sustento.
Las campañas en pro de la anulación del voto lograron que la atención de centrara por un momento en las debilidades de nuestra siempre incipiente democracia, más que en las maromas con que llaman la atención los políticos. Sin embargo, la fuerza que estas campañas tuvieron, sobre todo en las redes sociales, no se reflejaron en las urnas y con la misma rapidez con que inició perdió fuerza el movimiento. Bastaron unos cuantos días para que la atención se fuera a otra parte.
Lo más sorprendente del fenómeno fue su poder de convocatoria, se contaban por montones los foros en los que se convocaba a asistir a las urnas y depositar un voto en blanco, miles eran quienes participaron en cadenas de correos electrónicos y redes sociales. No fue de extrañar, el corazón de la campaña se alimentó de una característica común: el desencanto.
Sin embargo, por la rapidez con que se apagó ese movimiento, no hubo tiempo para que en el debate se argumentara a profundidad acerca de la inutilidad de la anulación del voto, una revisión de las editoriales, artículos y columnas dedicados al tema deja la sensación de que quienes estaban a favor de la anulación sólo tenían como bandera el hartazgo, mientras que quienes defendieron la obligación y derecho de votar basaron su réplica en un solo punto: un voto en blanco era un voto para los mapaches electorales.
Con elecciones en puerta, es seguro que habrá nuevas convocatorias para promover la anulación del voto, esta ocasión será necesario algo más que la fe en la necesidad de ejercer ese derecho, no bastará con el llamado al ejercicio de la ciudadanía, se requiere aprovechar la ocasión para convencer con argumentos, de otra manera se perderá la oportunidad de un diálogo que impulse la revisión del sistema electoral, donde hasta ahora, se impone la ley del que tiene más saliva, quien logra mayor presencia, quien ocupa más espacios en los medios.
No será sencillo convocar a las urnas, el desencanto es cada vez mayor y la clase política poco ayuda a ganar la confianza de los electores, como si fuera un deporte, a medida que se acerca el momento decisivo de las elecciones, la voracidad de los políticos pasa por encima de todas las reglas, hace de las leyes un juguete y las interpreta a su gusto.
Para quienes creemos que el voto es todavía una forma válida de participación ciudadana será necesario traer a la discusión temas como transparencia y rendición de cuentas, revisarlos y proponerlos fuera del discurso de los políticos, quienes mencionan estos conceptos sin una idea clara de qué es lo que implican, creyendo que basta colocar una página en internet con múltiples enlaces que terminan por generar un laberinto, o bien, reducen la obligación de explicar y justificar sus acciones a ver la paja en el ojo ajeno.
Si bien la rendición de cuentas es un mecanismo retrospectivo y generalmente sólo se aplica a quienes ya están en el poder, es posible emplear en beneficio de la ciudadanía las nuevas tecnologías y ampliar el campo de acción para responsabilizar a los candidatos y a los dirigentes de partido, para que no sigan imponiendo su imperio de pinole sobre los asuntos públicos y encontrar los mecanismos para sancionar a quienes sin vergüenza alguna retuercen la ley a través de una interpretación simplona.
Un beneficio inmediato de exigir un poco de vergüenza a los suspirantes a un cargo público sería la recuperación del espacio público, no más espectaculares engañosos en los que la letra pequeña anuncia que esa publicidad sólo está dirigida a los militantes de un partido; si se exige transparencia en el uso de los recursos, dejarían de circular los montones de revistas que venden sus páginas a los candidatos y banalizan el ejercicio periodístico.
Sobre todo, sería posible dejar de escuchar las mentiras de siempre, para exigir que las campañas expongan ideas, proyectos, planes de trabajo, que permitan al ciudadano tomar la decisión de salir a votar.
Lamentablemente, no hay mucha esperanza para la inteligencia en estos procesos, lo más seguro es que en los días por venir lo que prevalezca sean las guerras de declaraciones basura, la degradación del discurso a slogan sin sustento.
Publicado en La Jornada Aguascalientes (04/04/10)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario