Envoltorio de papaya Complicidad
Ensayo
para despabilar el pensamiento
No está de más destacar la irrebatible calidad de la obra de
Antonio Muñoz Molina, para quien guste de las enumeraciones de los críticos o
requiera validación más allá de la experiencia de leerlo, bastaría señalar que
le han otorgado el Premio Nacional de Narrativa en dos ocasiones, en 1988 por El invierno en Lisboa y en 1991 por El jinete polaco, libro que además fue
incluido en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX (http://goo.gl/Bjxciv); es miembro
de la Real Academia Española; Premio Jerusalén; y el año pasado recibió el
Premio Príncipe de Asturias.
Más allá de esas medallas, considero a Muñoz Molina un
imprescindible, Beltenebros, El viento de la luna y Sefarad son experiencias narrativas que
no se debe uno permitir perderse, seguir sus columnas en El País es un hábito con el que se asegura alimento para placer del
lector.
A pesar del entusiasmo que me despierta, no estoy calificado
para ser considerado como fan, de
hecho, cuando comencé a leer Todo lo que
era sólido (Seix Barral, 2013), ni siquiera me había fijado que se trataba
de un ensayo, no lo obviaba el epígrafe de Joseph Conrad en el que hace
referencia a cómo se vive con los pensamientos aletargados, tampoco las líneas
iniciales en las que Muñoz Molina establece lo lejos que queda ya el pasado de
hace sólo unos años. Acostumbrado a que este autor juegue con el punto de vista
y esconda al narrador tras una cavilante primera persona, comencé a leer acerca
de las circunstancias económicas y sociales de España en 2007.
Tuve que acudir a la solapa del libro para enterarme que
leía “un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial”,
aun así, líneas en las que explica el título del libro (Todo lo que era sólido se desvanece en el aire. Lo que recordamos es
como si no hubiera existido. Lo que ahora nos parece retrospectivamente tan
claro era invisible mientras sucedía), permitieron que avanzara sin
necesidad de clasificar el texto.
¿Cuándo se
jodió España?
La respuesta en el ensayo de Muñoz Molina es directa: La ruina en la que nos ahogamos hoy empezó
entonces: cuando la potestad de disponer del dinero público pudo ejercerse sin
los mecanismos previos de control de las leyes; y cuando las leyes se hicieron
tan elásticas como para no entorpecer el abuso, la fantasía insensata, la
codicia, el delirio, o simplemente para no ser cumplidas.
Lo que va contando Todo
lo que era sólido es justamente eso, cómo “de un día a otro” los
indicadores macroeconómicos descendieron, cómo pasó el PIB español de billón de
euros y un crecimiento del 3.8% al
derrumbe de los mercados financieros, cómo entra en recesión la economía
española a finales de 2008, la necesidad de un rescate financiero en el 2012,
los recortes a la administración pública, los rescates de las comunidades
autónomas, todo lo que lleva a entender cómo es que hoy España tenga más de 3
millones de desempleados y múltiples manifestaciones sociales a las que los
anuncios oficiales de que el país sale de la recesión después de dos años al
crecer un 0.1% no les hagan la menor gracia.
En el ensayo de Muñoz Molina se agradece y disfruta que esa
historia no está contada desde la neutralidad abstracta del analista que cruza
datos, elabora estadísticas, muestra gráficos y, a todo pasado, explica qué fue
lo que sucedió. Todo lo que era sólido
es un intento por aprehender miles, millones de experiencias, para darles
rostro; logra que el lector pueda traducir conceptos como “burbuja
inmobiliaria” mediante la traslación de lo colectivo a la multiplicación de
ejemplos. Las cosas le suceden a alguien, la crisis afecta una vida privada,
las víctimas tienen nombre, no son una estadística.
Serena
rebelión cívica
En el dossier de prensa de Todo lo que era sólido se destaca que el texto de Antonio Muñoz
Molina es una llamada a una “serena rebelión cívica”, a cambiar las cosas ya
porque no se puede aplazar más el encontrar una solución para la crisis en la
que está España… No lo creo. No es ese tipo de texto, no es una cita a la
revolución ni a la manifestación, no al menos como la urgencia nos hace
entender los llamados a la acción. Lo que el autor propone es una vuelta al
sentido común.
Quien busque respuestas a por qué se jodió España, sí las va
a encontrar en Todo lo que era sólido,
pues paralelo a una reflexión personalísima, lo que logra Muñoz Molina es
caracterizar qué le sucedió a las generación posteriores a la guerra civil, a
quienes asumieron los cargos públicos y cómo todos los que vivieron la
democracia post franquista fueron olvidando que para la permanencia del sistema
democrático es indispensable la realización de ajustes diarios, que no se nace
en democracia, que hay que ir aprendiendo y enseñando para que un país no se
joda, para que a un país no se lo jodan.
Quien busque respuestas a cómo sacar del agujero a España,
no las va a encontrar en Todo lo que era
sólido, no se trata de ese tipo de ensayo, reitero, Muñoz Molina apela al
regreso al sentido común, al ejercicio de la ciudadanía, y esa convocatoria
sólo puede generar más preguntas, sólo puede empujar a pensar, en especial en
el ejercicio de la responsabilidad individual, citando a Camus (que cada uno
haga su trabajo) el final del libro invita a repensar en dónde nos colocamos,
por ejemplo, quienes se ubican en el pueblo y quienes buscan ejercer como
ciudadanos:
El pueblo asegura el abrigo
inmediato de lo colectivo y lo inmemorial, el halago de compartir valores
ancestrales. La ciudadanía, por comparación, ofrece poco más que intemperie, y
cada una de sus ventajas posibles está sometida al contratiempo de la
responsabilidad y la incertidumbre.
Ahí está propuesta de Antonio Muñoz Molina.
Coda
Debo confesar que en más de una ocasión, por inercia, por
atender el guiño del altero de libros pendientes, me preguntaba por qué leía un
ensayo sobre la crisis española. En ningún momento caí en la tentación de
dejarlo, el retrato social que hace Muñoz Molina nos refleja, puntilloso señala
cómo hemos mirado con demasiada tolerancia la incompetencia y la corrupción, es
decir, al apelar a la virtud cívica, a los valores morales, al sentido común,
no regaña, sólo arroja luz sobre uno de los caminos posibles, uno que ya está
probado que funciona, el de la responsabilidad de asumirse como ciudadano.
Una cita final: El periodista que se asegure de la veracidad de la información que va a
publicar y que repase cada dato y cada nombre hasta estar razonablemente seguro
de que no se ha equivocado, y que en lugar de copiar y reproducir las palabras
que dice un político examine con cuidado si se corresponden con sus actos, y
además que preste más atención a las personas que hacen cosas sustanciales y
valiosas que mejorar en mayor o menor medida el mundo y menos a los farsantes
de la moda.
Por eso no pude dejar de leerlo, porque me recordó todas las
veces que somos cómplices por omisión.
@aldan
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