22 febrero 2014

Desenchufado



Envoltorio de papaya
Desenchufado

Gratitud
Creo que lo único que extraño del futuro es que los autos no vuelen. Cuando era niño todo apuntaba a que iniciando el Siglo XXI las autopistas serían apenas pistas de despegue, indicadores sobre la tierra para que los automóviles fueran capaces de encontrar su destino con la mínima intervención humana, pues sólo bastaría programar el piloto automático para que hiciera lo suyo.
Cuando llegó el esperado 2000, después del conteo al que dejó de importarle si ese año era la verdadera frontera entre siglos, a la gratitud por haber llegado casi le gana el enojo por esa nostalgia del porvenir. Sí, estaba vivo, rodeado de la gente que amaba, pero los autos seguían a ras de suelo.
Con el paso de los años aprendí a sacudirme esa nostalgia, si bien todavía hoy me cuesta un poco de trabajo pensar que no me tocará ver cientos de automóviles surcando el cielo en vez de recorriendo el asfalto, tengo claro que los motivos por los que tengo que estar agradecido son muchísimos más que ese capricho. También entiendo las razones por las que gratitud y nostalgia, en mi caso, casi siempre van juntas. Responsabilizo a mi familia y su costumbre de salir a pasear todos los fines de semana y esos largos trayectos en que mis padres se inventaban algún juego para distraer a los niños sentados en el asiento trasero, casi siempre tenían que ver con contar objetos o descifrar señales. Y claro, cuando el aburrimiento ganaba, la promesa de que a nosotros nos tocaría ver las cosas de una manera distinta.
Ahí está, mi madre o mi padre diciendo que en el futuro la posibilidad de vuelo estaría mucho más cercana, tanto como un paseo dominical. La imagen del porvenir la forjé gracias a las conversaciones, más que a los libros o películas a las que tenía acceso. Debe ser esa la razón por la que de vez en cuando me siento decepcionado.
Lo de la gratitud es más sencillo de explicar, es resultado de la educación que me inculcaron, que en algún momento olvidé, pero que mi pasión por la conversación con mis amigos me ha devuelto y, por supuesto, lo que ahora es mi familia.

El futuro ahora
La fotografía que se hizo acreedora al World Press Photo este año fue la que desató la idea de los párrafos anteriores. Mientras extraño que los autos no vuelen, ya no me sorprende que podamos llevar el mundo entero en un bolsillo. En la imagen del fotógrafo estadounidense John Stanmeyer para la revista National Geographic aparecen, a contraluz, las siluetas de varios hombres que en la orilla de ninguna parte, levantan la mano para que su teléfono celular pueda captar una señal.
A decir verdad, la fotografía por sí misma no me parece gran cosa, tuve que leer la historia que hay detrás de la imagen para apreciar la complejidad que representa; la escena fue captada en Cuerno de África, es un grupo de migrantes que trata de ponerse en contacto con sus familiares. En la costa de Yibuti, unos somalíes que persiguen mejores condiciones de vida quieren establecer contacto con los suyos. Según Jillian Edelstein, miembro del jurado, lo que logró Stanmeyer fue capturar pobreza y globalización, desarraigo y humanidad, describió la instantánea como sutil y poética.
Después de leer las consideraciones del jurado, entiendo por qué la imagen me debe parecer conmovedora, sigo sin apreciar la belleza de la fotografía por sí misma, pero sí, aunado a la historia la valoro por lo que me dice de lo que otros extrañan del futuro… que no tienen.

Mano en lo alto
Tuve que ver la fotografía de Stanmeyer varias veces en las redes sociales para que lograra atraer mi atención, supongo que un momento de aburrición extrema me empujó a buscar las razones por las que tantos la difundían.
La impresión de las primeras ojeadas a esa imagen me hacían pensar en una especie de ritual contemporáneo en el que la masa se rinde a la experiencia a través del filtro de la tecnología; algunos en un concierto, un grupo fotografiándose a sí mismo, aislándose por un instante de lo que los rodea para poder captar en todo su esplendor lo que están viviendo… algo así de fútil; ahora pienso distinto, de alguna manera la imagen representa la voluntad de diálogo que nos ata a los que queremos.
La fotografía de ese grupo de somalíes perdidos en ningún lado, es también la curiosidad con que entramos a las redes sociales para poder mantener una conversación. Extendemos el brazo para decir Aquí estoy, háblame.

Grafitti
Me reprochó un poco el haber sido tan insensible a la imagen, de hecho, todavía lo hago pues sigue sin parecerme una gran foto; pero no tuve tiempo de regañarme más porque al tratar de enmendar mi error, ser más curioso con los mensajes que alguien me comparte, fui recorriendo y leyendo atentamente lo que dejaban en mi muro de Facebook y la conversación de Twitter. Fue una experiencia desagradable, muy desagradable.
No voy a hacer recuento del tiempo perdido siguiendo enlaces que llevan de una estupidez a otra, porque al final, todo queda en mí, es mi responsabilidad a quién le abro la puerta de mis redes sociales, qué páginas visito, los sitios que frecuento, así que quejarme de las imágenes bobaliconas, los memes de mal gusto, las proclamas de los facebookcionarios y las millones de sandeces que llenan una pantalla, en el fondo, son resultado de mi elección.
Por supuesto, son también mi responsabilidad todos los mensajes que remito a través de las redes, nunca más cierto el como veo, doy. Si remites basura, tarde o temprano te será devuelta por costales.
Así que elegí desenchufarme, aislarme un poco. Mirar sin observar, oír sin atender, navegar las redes sociales enfocado en encontrar algo que me dijera más de los otros en relación con lo que yo quiero decirle a ellos.
Quejarme me parece inútil, no hay nada más aburrido que aquel que pretende hacer de su vida privada un palacio pero lo coloca en medio de la multitud, con las puertas abiertas. Pocas cosas más irritantes que el exhibicionista que grita en la plaza que está harto de estar rodeado de gente. Así que sólo lo hice y ya.
Me doy cuenta que es muy cansado tener la mano levantada en espera de que llegue una señal, cualquier señal; quizá por eso, lo que extraño del futuro, es la posibilidad de apretar el botón del piloto automático, para que la máquina se haga cargo de lo superfluo y poder voltear el rostro hacia el copiloto, un gesto similar al de extender la mano pues.
Coda
Hay cierto estado (bastante frecuente, al menos para mí) en el que la presencia de una persona queridísima es tan insoportable como su ausencia, o al menos en su presencia no sentimos el placer que anticipábamos durante la insoportable ausencia.
Lichtenberg

No festejo, no hago ruido, desenchufado pues. Supongo que he de pagar las consecuencias, pero el trayecto es tan grato que me hace olvidar por un momento lo demás.
@aldan
Publicado en La Jornada Aguascalientes

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