16 febrero 2014

La delgada línea



Envoltorio de papaya La delgada línea

Naco
De las grabaciones de las Suites para violonchelo solo de Bach tengo una predilección que raya en la manía por la realizada por Pablo Casals. Sé que hay otras y no demeritan ante lo que hizo el catalán; cualquiera que busque acercarse a estas piezas encontrará una amplia variedad de versiones, Yo-Yo Ma, Jacqueline du Pré, Maurice Gendron, Mstislav Rostropóvich, Pierre Fournier, Jean-Guihen Queyras, Robert Cohen, Steven Isserlis… la lista es interminable. Casals grabó las seis Suites entre 1936 y 1939, en Londres y París, los que saben, al mismo tiempo que destacan que “rescató las suites del tedio de la sala de ensayo y las presentó al mundo como obras de pleno derecho de invención y virtuosismo” (eso dice la reseña que acompaña los discos), se lamentan por la pobreza de las grabaciones, pues a pesar de que han sido remasterizadas hay manchas de ruido, siseo y el sonido es débil. Esos defectos en la grabación, francamente, me tienen sin cuidado, pocas cosas me hacen tan feliz como reproducir al máximo volumen posible el preludio de la quinta suite.
La confesión del párrafo anterior, supongo, dirá de mí que soy un exquisito, un culto y, ¿por qué no?, una buena persona, pues mis vecinos saben que cada tanto, desde mi casa surge a todo volumen la interpretación de Casals; ah, supongo que pueden decir, qué buena música escuchan ahí.
Lo cierto es que, el que sea “buena” música, no me quita lo naco, con mis preferencias a todo volumen invado el espacio de los otros, someto sus oídos a mis gustos, los violento; un vecino cualquiera tendría todo el derecho a exigirme que apague mi música, sin importar que sea Bach y Casals, está en todo su derecho, el mismo que yo tengo de solicitarle que le baje cuando aturdan al vecindario con Pimpinela o la Arrolladora Banda lo que sea.
El gusto no justifica ninguna intromisión en el espacio ajeno.


Los buenos
Me queda claro que los límites necesarios para establecer una sana convivencia jamás pasan por una cuestión de gusto; y que esa línea se adelgaza todavía más si se imponen juicios moralistas de valor (sobre el asunto, Juan Luis Montoya Acevez lo ha definido mejor en su columna Piel Curtida/La gente buena también peca de omisión publicada en este diario el 12 de febrero); sin embargo, desde hace mucho la radicalización de la crítica, pero sobre todo la superficialidad de lo que se juzga, ha logrado que se olviden las reglas mínimas de coexistencia al dividir en extremos a cada grupo, con categorías tan imbéciles como los buenos y los malos.
Es lamentable que la clase política emplee esas categorías, no importa si está en el escudo de armas de la entidad, el designarse como gente buena, implica que en el otro lado están los malos y obliga a una definición de quiénes son los que están en el otro extremo, sin matices, a partir de una etiqueta que da cuenta del no tan oculto orgullo cerril que caracteriza a quienes se jactan de la pureza de su origen o enaltecen su conducta ligándola al sitio en que nacieron.
¿Ha sido un error que la administración municipal de Aguascalientes eligiera como lema “Ciudad de la gente buena”?, por supuesto, tan sólo hay que leer las dificultades que sufren los redactores del discurso oficial para conseguir que actividades y logros no sean despectivos. Si se inaugura un puente, es para la gente buena; si se da un descuento, lo mismo; porque leído así, el gobierno de la capital se puso la soga al cuello al declarar que sólo trabaja para los buenos.
Es de temer que algo sin ninguna importancia, como es el lema de una administración, adquiera las proporciones que está tomando ante la saña con que sus críticos y detractores buscan cualquier traspié.


Sálvese quien pueda
Pero si la administración capitalina pecó de ingenua al elegir ese lema, sus opositores no destacan por su sagacidad; ante la tontería de la “gente buena” se ha elegido criticar a la presidencia municipal por los actos más banales; aprovechando la costumbre de perder el tiempo en nimiedades, ejerciendo la fascinación por lo trivial que nos caracteriza, se han lanzado las campañas más deplorables, sí, como la de acusar que se persigue a quien se tatúa porque no son buenos.
Esas campañas, evidentemente dirigidas a desprestigiar a un partido, terminan siendo un escupitajo al cielo; no sólo porque, en lo general, no se distingue con precisión que es el gobierno municipal el que se supone que discrimina, al final, es todo Aguascalientes (incluyéndonos) quienes dividimos el mundo en buenos y malos.
Peor sí es posible, ante el éxito de la campaña, los opositores a la actual administración, brincan en defensa de quienes se tatúan, o de los vendedores ambulantes, o quienes simple y llanamente violan la ley, ¿por qué?, porque está de moda dividir el mundo en buenos y malos, porque al centrar la atención en lo banal permite que los juicios moralistas sean los que rijan las críticas y todo quepa en el mismo lugar, en la defensa de quien se tatúa, se le mezcla con quien se encuentra en la ilegalidad.
Ya era suficiente con quienes al llegar al poder se jactaban que todo el territorio de Aguascalientes era priista, ahora, tenemos que soportar que nos pongan en un cerquito, con la etiqueta de buenos y malos; no se puede más que concluir que la estupidez es contagiosa, que se ha expandido por todas partes y a todos los sectores ha enfermado, y si no, basta ver la sorpresiva cantidad de lectores del Time que hoy se indignan porque aparece Enrique Peña Nieto en la portada, “salvando a México”, la misma enajenación, desde el otro extremo.


Coda
Era casi medianoche. La luna estaba alta en el cielo. El hombre ilustrado no se movía. Yo había visto lo que había que ver. Los cuentos habían sido contados. Habían concluido.
Sólo quedaba ese espacio vacío en la espalda del hombre ilustrado, esa área de formas y colores borrosos. Y de pronto, mientras la estaba mirando, la vaga mancha roja comenzó a animarse. Una forma cambió, disolviéndose lentamente en otra, y luego en otra. Y al fin apareció una cara, una cara que me miró desde la carne cubierta de colores, una cara con una nariz y una boca familiares, y unos ojos familiares.
Fue algo confuso. Vi sólo lo bastante como para levantarme de un salto. Allí me quedé, a la luz de la luna, temiendo que el aire o las estrellas pudieran moverse y despertaran a ese monstruoso museo que yacía a mis pies. Pero el hombre ilustrado dormía pacíficamente.
En ese cuadro de la espalda, el hombre ilustrado me apretaba el cuello con las manos, tratando de ahogarme. No esperé a que las imágenes se hicieran precisas y claras.
Corrí camino abajo a la luz de la luna. No miré hacia atrás. Un pueblecito se extendía ante mí, oscuro y dormido. Yo sabía que, mucho antes que amaneciese, no llegaría a ese pueblo…
De El hombre ilustrado, Ray Bradbury.
@aldan

No hay comentarios.:

Puede interesarte...

Related Posts with Thumbnails