17 diciembre 2007

en letras de otros

LA INFANTA DOROTEA
Luis Ignacio Helguera

-Tiene dientes y cabellos humanos –dijo el extraño vendedor acariciando la seda y los encajes del vestido de la muñeca de porcelana.
-Está bien, la llevo.
-Se llama la Infanta Dorotea.
-Ah, ¿ya viene bautizada y todo?
-Es que no es una muñeca cualquiera, señor.
Al llegar a su casa, el hombre puso la muñeca en el librero de la sala mientras le decía a su hija de seis años:
-Es tan elegante, que va a adornar mis libros, pero cuando quieras jugar con ella, la puedes tomar.
La primera y última vez que Camila la tomó, para peinarla, la Infanta Dorotea le mordió fuertemente una mano con sus dientes amarillentos, pero sin dejarle herida, ni siquiera rastro.
-¡Dorotea me mordió! –le dijo, llorando, a su mamá.
-Camila, qué cosas dices –dijo la mujer recogiendo la muñeca y devolviéndola a su lugar.
Desde entonces, Camila observaba a la Infanta Dorotea desde bien lejos y sentía que la muñeca la miraba con una sonrisita de burla.
-Tu muñeca es deprimente –le dijo Camila a su papá una tarde, mientras tomaban la sopa. Y los padres rieron de la ocurrencia de su hija.
Un día llegó de visita Felipe, primo de Camila, acompañado por su mamá. Camila le tenía miedo a su primo, de ocho años, porque estaba loco o, como le explicaban sus papás, porque era “un poco retrasado”. Mientras las mujeres platicaban en la cocina, Felipe se fue a la sala y cogió a la muñeca. Camila los observaba desde lejos. Cuando Felipe se puso a jalarle los cabellos, la Infanta Dorotea le mordió la mano derecha con fuerza. Felipe la soltó, por el dolor, pero sin dar muestras de asustarse en lo más mínimo. Por el contrario, la recogió, tomándola de los pelos, y cuando Dorotea soltó nuevas tarascadas, Felipe la azotó violentamente contra el piso, una y otra vez, hasta que la muñeca empezó a desbaratarse. Camila fue corriendo a llamar a su mamá y su tía, y cuando llegaron las tres a la sala vieron dientes, cabellos y pedazos de porcelana desperdigados por el suelo, y a Felipe, riendo y contoneándose como un muñeco, con los resortes de la Infanta Dorotea en las manos.

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