Ovidio en el iPod
A fines de siglo la aparición de la computadora personal suscitó la esperanza: al fin nos libraríamos de la hojarasca que destruye los bosques y congestiona los archivos. Ahora vemos que la multiplicó al infinito. La otra gran ilusión fue ver en la pantalla escrita el sitio en que se reconciliarían Gutenberg y Edison.
Es cierto que hoy se escribe más que nunca, pero con toda honradez hay que preguntarse si el correo electrónico y el surgimiento democrático de un inmenso bloguetariado, en que las estrellas del blog se aprestan a sustituir a las estrellas del rock, han hecho que por la simple práctica intensiva mejoren nuestra prosa y nuestro sentido del idioma. Por otra parte, cada día es mayor el influjo del newspeak de los teléfonos celulares en la redacción de nuestros mensajes.
Otra pregunta es si de verdad el progreso mediático hizo desaparecer a los declamadores o nada más los actualizó. Por cada diez mil personas dispuestas a escuchar poemas acompañados por música y espectáculos, sólo hay veinte con la voluntad de comprar los libros donde se hallan los textos que tanto aplaudieron esa noche.
La poesía –tal vez haya que añadir desde ahora: la poesía escrita– quedó al margen de la vida cotidiana: una afición tan privada y minoritaria como el ajedrez. Sólo que el ajedrez tiene el respeto negado a la otra. Aunque también improductivo en el planeta que domina el mercado, el ajedrez se considera una actividad inteligente, no sentimental como hacer versos. Puedo decir “soy ajedrecista” y ser mirado con respeto. Si me atreviera a decir “soy poeta” provocaría risa.
Lee Ovidio en el iPod de José Emilio Pacheco en Letras libres
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