21 agosto 2012

Iluminar con preguntas


Perdón por intolerarlos

Iluminar con preguntas

Al tiempo que escribía los varios tomos de su autobiografía (La Lengua absuelta, La antorcha al oído y El juego de los ojos) Elías Canetti apuntaba en su cuaderno lo que le venía a la cabeza, más que diarios en el estricto sentido, sus notas son la suma de sentencias, aforismos, relatos brevísimos y preguntas que surgían durante la lectura de las noticias, o bien, de sus relecturas; gracias al rescate de esa escritura fragmentaria es que se cuenta con libros como El suplicio de las moscas, Hampstead y Apuntes 1992-1993.

Sí, las obras “mayores” que le merecieron el reconocimiento son su novela Auto de fe y el incómodo ensayo Masa y poder, imprescindible este último para entender lo que el individuo sacrifica al formar parte de la masa y los efectos contaminantes del poder, temas que le obsesionaron a Canetti desde siempre; sin embargo, en la escritura fragmentaria de sus cuadernos, invariablemente uno se encuentra con alguna piedra preciosa que invita a la reflexión.

Lo que en sus apuntes presenta es la reflexión constante de quien confía a pesar del pesimismo, de quien percibe que la salvación (en un sentido amplísimo de la palabra) se encuentra en el conocimiento. De Hampstead es la siguiente cita:

“Echar los prejuicios por la borda, aunque no quede nada más. Releer los grandes libros, los hayamos o no leído realmente. Escuchar a los demás sin aleccionarlos, sobre todo a quienes no tienen nada que enseñar. No seguir admitiendo el miedo para lograr la plenitud. Combatir la muerte, sin tenerla todo el tiempo en la boca. En una palabra: valor y justicia.

“Es magnífico pensar que uno está embebido de enigmas. Lo más hermoso de aprender es que multiplica los enigmas”.

Escrito a finales de 1961 es casi imposible saber a qué se refería exactamente, cuál fue el hecho que detono esta diatriba contra el miedo y elogio de la búsqueda de conocimiento, además es una tarea inútil, porque la grandeza de estas reflexiones es precisamente que se alejan de la idea de combate con que suele confundirse la adquisición de conocimiento. No es difícil imaginar a un hombre sereno que a la mitad de la jornada abre su cuaderno para apuntar un descubrimiento como resultado de un insulto o en respuesta a una noticia terrible leída en los diarios, pero esa reacción no es la respuesta inmediata de quien cree que tener la razón consiste en vencer al otro, sino en una conversación consigo mismo que da como resultado un argumento.

La escritura de Canetti es la respuesta de quien está dispuesto a escuchar con el fin de “multiplicar los enigmas”, no de quien sobaja a su interlocutor hasta rendirlo, por eso en los apuntes de este escritor, no se encuentra el brillo falso de la sabiduría instantánea, esa que sirve para titular los capítulos de los libros de autoayuda, porque no hay competencia, ni lucha, ni ganas de demostrar otra cosa que no sea que el mundo se ilumina con preguntas.

No hay página de Elías Canetti en donde no se pueda encontrar una pista para cuestionarse, porque la actitud de este escritor es la de quien sabe que la polarización es una de las estrategias del poder (así en abstracto) para reducir las ideas a su mínima expresión, consignas que sólo funcionan temporalmente, pero que no resisten el paso del tiempo.

Se puede abrir cualquiera de estos libros de apuntes, reitero, y encontrar una luz para iluminar un camino, es posible que guíe hacia otro camino y no el que se tenía originalmente pensado, pero de eso se trata leer (y escribir), de la posibilidad de dar la vuelta, detenerse o seguir un rumbo distinto, gracias a que somos tocados por la mirada de quien ya anduvo esos pasos.

Es posible que quien amablemente ha llegado a este párrafo y suele leer lo que escribo espere que a estas alturas intente un giro para llevar la reflexión primera hacia la actualidad, suelo hacerlo, caer en la tentación de anudar una relectura con un hecho próximo en el tiempo. Lo sencillo sería mencionar, otra vez, que vuelvo a Canetti para encontrar preguntas que auxilien a no dejarse llevar por la polarización, este clima ya constante en el que las conversaciones no se pueden desarrollar porque siempre se trata de ganar, de vencer al otro, las orillas del conmigo o contra mí. Olvidando que el diálogo sólo es posible cuando se comparte.

Cuando en el entorno todo se ha vuelto consigna, pierden su valor las palabras a fuerza de repetirlas se les otorga un sentido único y se les vacía de la riqueza de la interpretación, o peor aún, la repetición logra que se olvide el objetivo de una frase hasta dejarla sin sentido, se reclama, se exige, se manifiesta una y otra vez pero ya no hay propuesta de acción al enunciarla, queda sólo el gesto hueco de la insistencia.

De eso se trata entonces, cuando el otro te entrega la basurita de su odio o la baratija de un refrán, nada como buscar el cobijo de la sabiduría pausada, de la reflexión sosegada que ilumina con sus preguntas, quizá es hora de cambiar las consignas, volver a ellas para recuperar la idea central y renovar su sentido.

Publicado en La Jornada Aguascalientes (20/08/2012)

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