Perdón por
intolerarlos
Iluminar con
preguntas
Al tiempo que escribía los varios tomos de su autobiografía
(La Lengua absuelta, La antorcha al oído y El juego de los ojos) Elías Canetti
apuntaba en su cuaderno lo que le venía a la cabeza, más que diarios en el
estricto sentido, sus notas son la suma de sentencias, aforismos, relatos
brevísimos y preguntas que surgían durante la lectura de las noticias, o bien,
de sus relecturas; gracias al rescate de esa escritura fragmentaria es que se
cuenta con libros como El suplicio de las
moscas, Hampstead y Apuntes 1992-1993.
Sí, las obras “mayores” que le merecieron el reconocimiento
son su novela Auto de fe y el
incómodo ensayo Masa y poder,
imprescindible este último para entender lo que el individuo sacrifica al
formar parte de la masa y los efectos contaminantes del poder, temas que le
obsesionaron a Canetti desde siempre; sin embargo, en la escritura fragmentaria
de sus cuadernos, invariablemente uno se encuentra con alguna piedra preciosa
que invita a la reflexión.
Lo que en sus apuntes presenta es la reflexión constante de
quien confía a pesar del pesimismo, de quien percibe que la salvación (en un
sentido amplísimo de la palabra) se encuentra en el conocimiento. De Hampstead es la siguiente cita:
“Echar los prejuicios por la borda, aunque no quede nada
más. Releer los grandes libros, los hayamos o no leído realmente. Escuchar a
los demás sin aleccionarlos, sobre todo a quienes no tienen nada que enseñar.
No seguir admitiendo el miedo para lograr la plenitud. Combatir la muerte, sin
tenerla todo el tiempo en la boca. En una palabra: valor y justicia.
“Es magnífico pensar que uno está embebido de enigmas. Lo
más hermoso de aprender es que multiplica los enigmas”.
Escrito a finales de 1961 es casi imposible saber a qué se
refería exactamente, cuál fue el hecho que detono esta diatriba contra el miedo
y elogio de la búsqueda de conocimiento, además es una tarea inútil, porque la
grandeza de estas reflexiones es precisamente que se alejan de la idea de
combate con que suele confundirse la adquisición de conocimiento. No es difícil
imaginar a un hombre sereno que a la mitad de la jornada abre su cuaderno para
apuntar un descubrimiento como resultado de un insulto o en respuesta a una
noticia terrible leída en los diarios, pero esa reacción no es la respuesta
inmediata de quien cree que tener la razón consiste en vencer al otro, sino en
una conversación consigo mismo que da como resultado un argumento.
La escritura de Canetti es la respuesta de quien está
dispuesto a escuchar con el fin de “multiplicar los enigmas”, no de quien
sobaja a su interlocutor hasta rendirlo, por eso en los apuntes de este
escritor, no se encuentra el brillo falso de la sabiduría instantánea, esa que
sirve para titular los capítulos de los libros de autoayuda, porque no hay
competencia, ni lucha, ni ganas de demostrar otra cosa que no sea que el mundo
se ilumina con preguntas.
No hay página de Elías Canetti en donde no se pueda
encontrar una pista para cuestionarse, porque la actitud de este escritor es la
de quien sabe que la polarización es una de las estrategias del poder (así en
abstracto) para reducir las ideas a su mínima expresión, consignas que sólo
funcionan temporalmente, pero que no resisten el paso del tiempo.
Se puede abrir cualquiera de estos libros de apuntes,
reitero, y encontrar una luz para iluminar un camino, es posible que guíe hacia
otro camino y no el que se tenía originalmente pensado, pero de eso se trata
leer (y escribir), de la posibilidad de dar la vuelta, detenerse o seguir un
rumbo distinto, gracias a que somos tocados por la mirada de quien ya anduvo
esos pasos.
Es posible que quien amablemente ha llegado a este párrafo y
suele leer lo que escribo espere que a estas alturas intente un giro para
llevar la reflexión primera hacia la actualidad, suelo hacerlo, caer en la
tentación de anudar una relectura con un hecho próximo en el tiempo. Lo
sencillo sería mencionar, otra vez, que vuelvo a Canetti para encontrar
preguntas que auxilien a no dejarse llevar por la polarización, este clima ya
constante en el que las conversaciones no se pueden desarrollar porque siempre
se trata de ganar, de vencer al otro, las orillas del conmigo o contra mí.
Olvidando que el diálogo sólo es posible cuando se comparte.
Cuando en el entorno todo se ha vuelto consigna, pierden su
valor las palabras a fuerza de repetirlas se les otorga un sentido único y se
les vacía de la riqueza de la interpretación, o peor aún, la repetición logra
que se olvide el objetivo de una frase hasta dejarla sin sentido, se reclama,
se exige, se manifiesta una y otra vez pero ya no hay propuesta de acción al
enunciarla, queda sólo el gesto hueco de la insistencia.
De eso se trata entonces, cuando el otro te entrega la
basurita de su odio o la baratija de un refrán, nada como buscar el cobijo de
la sabiduría pausada, de la reflexión sosegada que ilumina con sus preguntas,
quizá es hora de cambiar las consignas, volver a ellas para recuperar la idea central
y renovar su sentido.
Publicado en La Jornada Aguascalientes (20/08/2012)
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