06 diciembre 2007

en letras de otros

Pues de muerte está impregnada toda simultaneidad; toda simultaneidad de la vida y de la poesía se halla conservada para la eternidad en su aniquilamiento total; la muerte está repleta del día y de la noche, juntos en la nube claroscura del crepúsculo; oh, la muerte está repleta de toda la multiplicidad que ha salido de la unidad, para volver de nuevo a la unidad en ella; está repleta de la sabiduría de rebaño del principio y del conocimiento individualizador del fin, ambos reunidos en un único segundo del ser, en ese segundo que ya es del no-ser, pues la muerte se halla en incesante interacción con el decurso del ser, y sin tregua se transforma en unidad de la memoria el curso de las edades que en ella desemboca, recibido por ella y vuelto de retorno hacia el origen, a la memoria de mundos y más mundos, a la memoria del dios: sólo quien asume la muerte, puede cerrar el círculo en lo terreno; sólo a quien busca el ojo de la muerte, no se le rompe el propio, cuando debe mirar la nada frente a frente; sólo aquel que acecha el paso furtivo de la muerte, no necesita huir, puede quedarse, pues su recuerdo se vuelve profundidad de lo simultáneo, y el que se sumerge en el recuerdo, percibe el rumor de arpas del instante en que lo terrenal debe abrirse al infinito desconocido, abierto al renacimiento y a la resurrección del infinito recuerdo...

La muerte de Virgilio. Hermann Broch

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